Como el poder musulmán se hizo fuerte en Medina, el Coraich comenzó a preocuparse de una posible amenaza por su ruta comercial hacia Siria. En una carta dirigida a Abdallah ibn Ubayy ibn Salul,[1] el Coraich amenazó con matar a todos los hombres de Medina y esclavizar a sus mujeres si no expulsaban al Mensajero. El Profeta puso fin a eso, e Ibn Ubayy no continuó con dicho asunto. Después, cuando Sad ibn Muaz fue a La Meca para realizar la peregrinación menor (umra), lo pararon en la entrada de la Kaba e impidieron que realizara la circunvalación. Los de La Meca también enviaron grupos invasores bastante regulares.
Considerando tales incidentes, los musulmanes tuvieron que ampliar su control de la ruta comercial de Siria para obligar al Coraich y a otras tribus poco amistosas a recapacitar. Este también fue el momento en el que el Profeta mostró a las fuerzas puestas en orden contra él que la predicación del Islam no podía ser detenida o erradicada de los corazones de sus creyentes, y aquel politeísmo e incredulidad se rendirían al Islam.
A principios del año 624 d.C., llegó a un lugar al alcance de los musulmanes una gran caravana de Coraichí por el camino hacia La Meca desde Siria, y escoltada por no más de cuarenta guardias de seguridad. Ésta contenía bienes que habían sido comprados con posesiones de los Emigrantes. Abu Sufyan, el líder de la caravana, naturalmente temía de una tentativa musulmana para recuperar su propiedad robada. Y por eso envió a un emisario a La Meca en petición de ayuda y refuerzos.
Esto causó un alboroto en toda La Meca. Los líderes del Coraich decidieron luchar contra el Profeta. Aproximadamente mil combatientes dejaron La Meca, entre mucha pompa y espectáculo, para aplastar el poder creciente de los musulmanes. Ellos también quisieron, como siempre, aterrorizar a las tribus vecinas para asegurar que la seguridad continuara en sus caravanas comerciales.
El Mensajero, siempre informado de los desarrollos que podrían afectar su misión, se dio cuenta de que si no se hubiera dado un paso efectivo entonces, la predicación del Islam podría haber recibido un duro golpe. Dado que el Coraich había tomado la iniciativa y atacado Medina, la pequeña comunidad musulmana de la ciudad debía haber muerto. Aunque ellos sólo trajeran su caravana sin peligro a La Meca a fuerza de su poder militar, el prestigio político y militar de los musulmanes estaría debilitado. Una vez que pasara eso, sus vidas, sus propiedades y su honor estarían en peligro.
Decidiendo usar sus fuentes disponibles, el Profeta abandonó Medina. Aunque él hubiera querido una batalla decisiva con el Coraich, muchos musulmanes quisieron capturar la caravana y recuperar sus bienes. El Profeta hizo reunir a la gente y les dijo que la caravana comercial del Coraich estaba en el norte y su ejército invasor en el sur, moviéndose hacia Medina. También les informó que Allah había prometido que podrían tomar uno de los dos grupos.[2] Sólo tenían que elegir el objetivo para atacar.
Consciente de la intención del Profeta, un emigrante llamado Miqdad ibn Amr contestó:
Oh Mensajero de Allah. Sigue como Allah te ordenó. Estamos contigo vayas a donde vayas, incluso hasta Bark al-Ghimad. No vamos a decir, como los israelitas le dijeron a Moisés: “Ve a luchar, tú y tu Señor, y lucha, nosotros nos quedamos aquí”. Sino nosotros diremos: “Ve a luchar, tú y tu Señor, y lucha, y nosotros también lucharemos a tu lado hasta que el párpado de uno de nosotros deje de moverse”.[3]
Hasta la Batalla de Badr, el Mensajero no había pedido ayuda militar del Ayudante. Ésta fue la primera vez que pudieron demostrar su dedicación al Islam. Sin dirigirlos directamente, el Mensajero mostró dos alternativas ante su público. Dándose cuenta de lo que el Mensajero hacía, un Ayudante llamado Sad ibn Muaz, el líder de la tribu Aws, se alzó y dijo:
¡Oh Mensajero de Allah! Creo que tu pregunta está dirigida al Ayudante. Nosotros te creemos, afirmamos que tú eres el Mensajero de Allah y atestiguamos que son verdades tus enseñanzas. Te hacemos juramento de lealtad y todo lo que oigamos será obedecido. ¡Oh Mensajero de Allah, haz como tú quieras! Por el Único que te ha enviado junto con la verdad, si nos llevaras al mar y nos metieras en él, ninguno de nosotros se quedaría atrás. Así que llévanos al campo de batalla con las bendiciones de Allah.[4]
La decisión fue luchar. Esto también fue el decreto de Allah como se ha mencionado arriba.
El ejército de La Meca consistía en mil combatientes, incluyendo seiscientos soldados con cotas de mallas y doscientos soldados de caballería, acompañados por cantantes y bailarines. Hacían fiestas y bebían en cuanto se detenían. Los soldados hacían arrogantemente alarde de su poder militar y numérico ante las tribus y a los asentamientos por donde pasaban y se jactaban de su invencibilidad.[5] Y lo peor era que no luchaban por ningún ideal noble sino trataban derrotar a las fuerzas de la creencia, la verdad, la justicia y la moral correcta.
El ejército musulmán constaba de trescientos trece luchadores: ochenta y seis Emigrantes y doscientos veintisiete Ayudantes. No había más de setenta camellos, por eso tres o cuatro personas montaban cada camello por turnos. Al Mensajero también le tocó montar por turnos con otros dos. Cuando le pidieron que él montara solo el Mensajero contestó: “Vosotros no sois más fuertes que yo. Y en cuanto a la recompensa, la necesito tanto como vosotros.”[6]
Los soldados musulmanes eran totalmente devotos a la causa del Islam y estaban listos para morir por ella. Para llevar a cabo lo que Él había decretado, Allah hizo que al Mensajero le pareciera poco el número de soldados de La Meca e hizo asimismo que el número de los musulmanes les pareciera poco a los de La Meca (8:44).
Los dos ejércitos se encontraron en Badr. El ejército de La Meca superaba en número al de los musulmanes tres veces y estaban mejor equipados. Sin embargo, los musulmanes estaban luchando por la causa más noble: establecer la religión de Allah, basada en la fe, el buen sentido moral y la justicia. Totalmente convencidos de la verdad del Islam y ansiosos para morir por esta causa, los musulmanes estaban listos para la batalla.
Siendo los primeros en llegar al campo de batalla, se apostaron en los alrededores de los pozos. También se beneficiaron del aguacero fuerte de la noche anterior, porque este les suministró mucha agua que guardaron inmediatamente en grandes recipientes. La lluvia también compactó la arena perdida en la parte superior del valle donde montaron sus tiendas. Y eso les permitía colocar los pies firmemente y les hacía moverse con menos dificultad. Sin embargo, en la parte inferior del valle donde el ejército coraichí estaba estacionado, el suelo estaba pantanoso. Además de estas bendiciones Divinas, Allah envió un sentimiento de somnolencia sobre los musulmanes, que les proporcionó paz y seguridad (8:11).
Desde su campamento, el ejército musulmán podía ver todo el campo de batalla. Estaba dividido en tres partes: un centro y dos flancos. La fuerza central consistía en los Emigrantes y Ayudantes importantes que estaban más destacados en dedicación al Mensajero. Musab ibn Umayr, un miembro de una de las familias más ricas de La Meca que había aceptado la fe del Islam cuando era joven, portaba el estandarte del Mensajero. Era tan bello que cuando salía a la calle vestido con ropas de seda antes de su conversión, las chicas de La Meca se quedaban mirándole fijamente desde sus ventanas. Sin embargo, después de abrazar el Islam, siguió al Mensajero incondicionalmente. Sacrificó todo lo que tenía en el camino hacia Allah y sufrió el martirio en Uhud, durante el cual otra vez sostenía el estandarte del Profeta. Cuando perdió su brazo derecho, se pasó el estandarte a su mano izquierda; cuando perdió su brazo izquierdo quedó sólo su “cabeza” para proteger al Mensajero ante quien se martirizó al final.[7]
Los flancos tenían el mando de Ali y Sad ibn Muaz. Ali era famoso por su valentía y su profunda devoción al Mensajero. Tan sólo tenía 9 o 10 años cuando le dijo al Mensajero: “Te ayudaré” después el Profeta reunió a sus parientes al principio de su misión para solicitar su conversión y apoyo.[8] En la noche de la Hégira del Profeta Ali había dormido en la cama de él y así el Mensajero pudo salir de La Meca con seguridad.[9] Cuando los que rodeaban la casa descubrieron esa estratagema, el Mensajero ya había llegado a la cueva de Zawr. Ali se había entregado en cuerpo y alma a la causa de Allah.
El Mensajero tomó todas las precauciones necesarias y realizó los mejores preparativos. Movilizó sus recursos y escogió a sus mejores y más capacitados hombres como comandantes. Estacionó a su ejército en la parte superior del valle. Después montó su tienda desde donde podía ver todo el campo de batalla y transmitir sus órdenes al instante. Como requisito final, rezó con gran ardor y humildad:
Oh Allah, aquí están los coraichíes que en su vanagloria tratan de negar a Tu Mensajero y difunden mentiras sobre él. Oh Allah, apóyanos con la ayuda que me prometiste. Oh Allah, si pereciera este pequeño grupo de musulmanes no quedaría nadie en el mundo quien Te adorará. [10]
Después del rezo, tiró un puñado de polvo sobre el enemigo diciendo: “¡Que sus rostros sean abrasados!”[11].
Badr fue una severa prueba para los musulmanes. O vencían o sufrían el martirio, porque se les había ordenado que no escaparan. Se les permitía retirarse en orden cuando aumentaba la presión del enemigo, como una estratagema para buscar refuerzos o para unirse a otra tropa (8:15), pero no por cobardía ni por derrotismo. Una lucha así de alborotada podría demostrar que ellos prefirieron sus vidas al Islam, que es un pecado mortal.
Empieza la batalla. En la primera línea de la vanguardia de los coraichíes estaban Utba ibn Rabia, su hermano Shayba y su hijo Walid. Ellos desafiaron a los musulmanes a un combate cuerpo a cuerpo. Tres jóvenes de los Ayudantes dieron un paso adelante. “¡Nosotros no luchamos con los granjeros y pastores de Medina!” gritó Utba arrogantemente. En realidad, eso era lo que esperaba el Mensajero. Le ordenó a Ali, a Hamza y a Ubayda ibn Hariz salir adelante para un combate individual. Hamza combatió con Utba y lo mató, Ali mató a Walid de dos golpes. Ubayda, que ya era mayor, luchó contra Shayba y se hirió en la rodilla. Hamza y Ali lo rescataron, mataron a Shayba y llevaron a Ubayda lejos de allí.[12]
El Coraich quedó horrorizado con un comienzo así de inesperado. La fe y la sinceridad de los musulmanes les hicieron ganar la ayuda de Allah. El Coraich, que se regocijaba en su poder, fue derrotado decisivamente por los musulmanes mal equipados. Setenta coraichíes fueron matados. Awf y Muawwiz (dos jóvenes hermanos de los Ayudantes) se unieron a Abdallah ibn Masud para matar a Abu Yahl a quien el Mensajero llamaba “el faraón de la comunidad musulmana”.[13] Casi todos los líderes del Coraich fueron eliminados: Abu Yahl, Walid ibn Mughira, Utba ibn Rabia, As ibn Said, Ummaya ibn Jalaf y Nawfal ibn Juwaylid. Antes de la batalla, el Mensajero había señalado los puntos donde ellos morirían diciendo: “Utba será asesinado aquí; Abu Yahl aquí, Ummayyah ibn Jalaf aquí” y así sucesivamente...[14]
Setenta coraichíes fueron apresados. Allah les permitió a los musulmanes liberarlos a cambio de un rescate y así pusieron en libertad a algunos. Los alfabetizados fueron puestos en libertad con la condición de enseñar lo que sabían a los musulmanes iletrados. Esa política tuvo varios beneficios: los cautivos que esperaban ejecución pagaron el rescate con mucho gusto; el bajo nivel de alfabetización de Medina aumentó al alza, haciendo de los nuevos musulmanes alfabetizados personas más útiles en la predicación del Islam y ganándose el respeto de la gente; los cautivos alfabetizados tuvieron la oportunidad de aprender sobre el Islam y estar en contacto cercano con los musulmanes les atraería a las filas del Islam que podrían convertir a un mayor número de gente al Islam; las familias y parientes de los cautivos estaban tan encantados de ver a sus supuestos familiares muertos que pasaron a ser mucho más receptivos al Islam.
Gracias a esa victoria decisiva el Islam fue reconocido como una fuerza a todo lo largo de Arabia y muchos corazones de piedra, endurecidos, se inclinaron a abrazar el Islam.
Considerando tales incidentes, los musulmanes tuvieron que ampliar su control de la ruta comercial de Siria para obligar al Coraich y a otras tribus poco amistosas a recapacitar. Este también fue el momento en el que el Profeta mostró a las fuerzas puestas en orden contra él que la predicación del Islam no podía ser detenida o erradicada de los corazones de sus creyentes, y aquel politeísmo e incredulidad se rendirían al Islam.
A principios del año 624 d.C., llegó a un lugar al alcance de los musulmanes una gran caravana de Coraichí por el camino hacia La Meca desde Siria, y escoltada por no más de cuarenta guardias de seguridad. Ésta contenía bienes que habían sido comprados con posesiones de los Emigrantes. Abu Sufyan, el líder de la caravana, naturalmente temía de una tentativa musulmana para recuperar su propiedad robada. Y por eso envió a un emisario a La Meca en petición de ayuda y refuerzos.
Esto causó un alboroto en toda La Meca. Los líderes del Coraich decidieron luchar contra el Profeta. Aproximadamente mil combatientes dejaron La Meca, entre mucha pompa y espectáculo, para aplastar el poder creciente de los musulmanes. Ellos también quisieron, como siempre, aterrorizar a las tribus vecinas para asegurar que la seguridad continuara en sus caravanas comerciales.
El Mensajero, siempre informado de los desarrollos que podrían afectar su misión, se dio cuenta de que si no se hubiera dado un paso efectivo entonces, la predicación del Islam podría haber recibido un duro golpe. Dado que el Coraich había tomado la iniciativa y atacado Medina, la pequeña comunidad musulmana de la ciudad debía haber muerto. Aunque ellos sólo trajeran su caravana sin peligro a La Meca a fuerza de su poder militar, el prestigio político y militar de los musulmanes estaría debilitado. Una vez que pasara eso, sus vidas, sus propiedades y su honor estarían en peligro.
Decidiendo usar sus fuentes disponibles, el Profeta abandonó Medina. Aunque él hubiera querido una batalla decisiva con el Coraich, muchos musulmanes quisieron capturar la caravana y recuperar sus bienes. El Profeta hizo reunir a la gente y les dijo que la caravana comercial del Coraich estaba en el norte y su ejército invasor en el sur, moviéndose hacia Medina. También les informó que Allah había prometido que podrían tomar uno de los dos grupos.[2] Sólo tenían que elegir el objetivo para atacar.
Consciente de la intención del Profeta, un emigrante llamado Miqdad ibn Amr contestó:
Oh Mensajero de Allah. Sigue como Allah te ordenó. Estamos contigo vayas a donde vayas, incluso hasta Bark al-Ghimad. No vamos a decir, como los israelitas le dijeron a Moisés: “Ve a luchar, tú y tu Señor, y lucha, nosotros nos quedamos aquí”. Sino nosotros diremos: “Ve a luchar, tú y tu Señor, y lucha, y nosotros también lucharemos a tu lado hasta que el párpado de uno de nosotros deje de moverse”.[3]
Hasta la Batalla de Badr, el Mensajero no había pedido ayuda militar del Ayudante. Ésta fue la primera vez que pudieron demostrar su dedicación al Islam. Sin dirigirlos directamente, el Mensajero mostró dos alternativas ante su público. Dándose cuenta de lo que el Mensajero hacía, un Ayudante llamado Sad ibn Muaz, el líder de la tribu Aws, se alzó y dijo:
¡Oh Mensajero de Allah! Creo que tu pregunta está dirigida al Ayudante. Nosotros te creemos, afirmamos que tú eres el Mensajero de Allah y atestiguamos que son verdades tus enseñanzas. Te hacemos juramento de lealtad y todo lo que oigamos será obedecido. ¡Oh Mensajero de Allah, haz como tú quieras! Por el Único que te ha enviado junto con la verdad, si nos llevaras al mar y nos metieras en él, ninguno de nosotros se quedaría atrás. Así que llévanos al campo de batalla con las bendiciones de Allah.[4]
La decisión fue luchar. Esto también fue el decreto de Allah como se ha mencionado arriba.
El ejército de La Meca consistía en mil combatientes, incluyendo seiscientos soldados con cotas de mallas y doscientos soldados de caballería, acompañados por cantantes y bailarines. Hacían fiestas y bebían en cuanto se detenían. Los soldados hacían arrogantemente alarde de su poder militar y numérico ante las tribus y a los asentamientos por donde pasaban y se jactaban de su invencibilidad.[5] Y lo peor era que no luchaban por ningún ideal noble sino trataban derrotar a las fuerzas de la creencia, la verdad, la justicia y la moral correcta.
El ejército musulmán constaba de trescientos trece luchadores: ochenta y seis Emigrantes y doscientos veintisiete Ayudantes. No había más de setenta camellos, por eso tres o cuatro personas montaban cada camello por turnos. Al Mensajero también le tocó montar por turnos con otros dos. Cuando le pidieron que él montara solo el Mensajero contestó: “Vosotros no sois más fuertes que yo. Y en cuanto a la recompensa, la necesito tanto como vosotros.”[6]
Los soldados musulmanes eran totalmente devotos a la causa del Islam y estaban listos para morir por ella. Para llevar a cabo lo que Él había decretado, Allah hizo que al Mensajero le pareciera poco el número de soldados de La Meca e hizo asimismo que el número de los musulmanes les pareciera poco a los de La Meca (8:44).
Los dos ejércitos se encontraron en Badr. El ejército de La Meca superaba en número al de los musulmanes tres veces y estaban mejor equipados. Sin embargo, los musulmanes estaban luchando por la causa más noble: establecer la religión de Allah, basada en la fe, el buen sentido moral y la justicia. Totalmente convencidos de la verdad del Islam y ansiosos para morir por esta causa, los musulmanes estaban listos para la batalla.
Siendo los primeros en llegar al campo de batalla, se apostaron en los alrededores de los pozos. También se beneficiaron del aguacero fuerte de la noche anterior, porque este les suministró mucha agua que guardaron inmediatamente en grandes recipientes. La lluvia también compactó la arena perdida en la parte superior del valle donde montaron sus tiendas. Y eso les permitía colocar los pies firmemente y les hacía moverse con menos dificultad. Sin embargo, en la parte inferior del valle donde el ejército coraichí estaba estacionado, el suelo estaba pantanoso. Además de estas bendiciones Divinas, Allah envió un sentimiento de somnolencia sobre los musulmanes, que les proporcionó paz y seguridad (8:11).
Desde su campamento, el ejército musulmán podía ver todo el campo de batalla. Estaba dividido en tres partes: un centro y dos flancos. La fuerza central consistía en los Emigrantes y Ayudantes importantes que estaban más destacados en dedicación al Mensajero. Musab ibn Umayr, un miembro de una de las familias más ricas de La Meca que había aceptado la fe del Islam cuando era joven, portaba el estandarte del Mensajero. Era tan bello que cuando salía a la calle vestido con ropas de seda antes de su conversión, las chicas de La Meca se quedaban mirándole fijamente desde sus ventanas. Sin embargo, después de abrazar el Islam, siguió al Mensajero incondicionalmente. Sacrificó todo lo que tenía en el camino hacia Allah y sufrió el martirio en Uhud, durante el cual otra vez sostenía el estandarte del Profeta. Cuando perdió su brazo derecho, se pasó el estandarte a su mano izquierda; cuando perdió su brazo izquierdo quedó sólo su “cabeza” para proteger al Mensajero ante quien se martirizó al final.[7]
Los flancos tenían el mando de Ali y Sad ibn Muaz. Ali era famoso por su valentía y su profunda devoción al Mensajero. Tan sólo tenía 9 o 10 años cuando le dijo al Mensajero: “Te ayudaré” después el Profeta reunió a sus parientes al principio de su misión para solicitar su conversión y apoyo.[8] En la noche de la Hégira del Profeta Ali había dormido en la cama de él y así el Mensajero pudo salir de La Meca con seguridad.[9] Cuando los que rodeaban la casa descubrieron esa estratagema, el Mensajero ya había llegado a la cueva de Zawr. Ali se había entregado en cuerpo y alma a la causa de Allah.
El Mensajero tomó todas las precauciones necesarias y realizó los mejores preparativos. Movilizó sus recursos y escogió a sus mejores y más capacitados hombres como comandantes. Estacionó a su ejército en la parte superior del valle. Después montó su tienda desde donde podía ver todo el campo de batalla y transmitir sus órdenes al instante. Como requisito final, rezó con gran ardor y humildad:
Oh Allah, aquí están los coraichíes que en su vanagloria tratan de negar a Tu Mensajero y difunden mentiras sobre él. Oh Allah, apóyanos con la ayuda que me prometiste. Oh Allah, si pereciera este pequeño grupo de musulmanes no quedaría nadie en el mundo quien Te adorará. [10]
Después del rezo, tiró un puñado de polvo sobre el enemigo diciendo: “¡Que sus rostros sean abrasados!”[11].
Badr fue una severa prueba para los musulmanes. O vencían o sufrían el martirio, porque se les había ordenado que no escaparan. Se les permitía retirarse en orden cuando aumentaba la presión del enemigo, como una estratagema para buscar refuerzos o para unirse a otra tropa (8:15), pero no por cobardía ni por derrotismo. Una lucha así de alborotada podría demostrar que ellos prefirieron sus vidas al Islam, que es un pecado mortal.
Empieza la batalla. En la primera línea de la vanguardia de los coraichíes estaban Utba ibn Rabia, su hermano Shayba y su hijo Walid. Ellos desafiaron a los musulmanes a un combate cuerpo a cuerpo. Tres jóvenes de los Ayudantes dieron un paso adelante. “¡Nosotros no luchamos con los granjeros y pastores de Medina!” gritó Utba arrogantemente. En realidad, eso era lo que esperaba el Mensajero. Le ordenó a Ali, a Hamza y a Ubayda ibn Hariz salir adelante para un combate individual. Hamza combatió con Utba y lo mató, Ali mató a Walid de dos golpes. Ubayda, que ya era mayor, luchó contra Shayba y se hirió en la rodilla. Hamza y Ali lo rescataron, mataron a Shayba y llevaron a Ubayda lejos de allí.[12]
El Coraich quedó horrorizado con un comienzo así de inesperado. La fe y la sinceridad de los musulmanes les hicieron ganar la ayuda de Allah. El Coraich, que se regocijaba en su poder, fue derrotado decisivamente por los musulmanes mal equipados. Setenta coraichíes fueron matados. Awf y Muawwiz (dos jóvenes hermanos de los Ayudantes) se unieron a Abdallah ibn Masud para matar a Abu Yahl a quien el Mensajero llamaba “el faraón de la comunidad musulmana”.[13] Casi todos los líderes del Coraich fueron eliminados: Abu Yahl, Walid ibn Mughira, Utba ibn Rabia, As ibn Said, Ummaya ibn Jalaf y Nawfal ibn Juwaylid. Antes de la batalla, el Mensajero había señalado los puntos donde ellos morirían diciendo: “Utba será asesinado aquí; Abu Yahl aquí, Ummayyah ibn Jalaf aquí” y así sucesivamente...[14]
Setenta coraichíes fueron apresados. Allah les permitió a los musulmanes liberarlos a cambio de un rescate y así pusieron en libertad a algunos. Los alfabetizados fueron puestos en libertad con la condición de enseñar lo que sabían a los musulmanes iletrados. Esa política tuvo varios beneficios: los cautivos que esperaban ejecución pagaron el rescate con mucho gusto; el bajo nivel de alfabetización de Medina aumentó al alza, haciendo de los nuevos musulmanes alfabetizados personas más útiles en la predicación del Islam y ganándose el respeto de la gente; los cautivos alfabetizados tuvieron la oportunidad de aprender sobre el Islam y estar en contacto cercano con los musulmanes les atraería a las filas del Islam que podrían convertir a un mayor número de gente al Islam; las familias y parientes de los cautivos estaban tan encantados de ver a sus supuestos familiares muertos que pasaron a ser mucho más receptivos al Islam.
Gracias a esa victoria decisiva el Islam fue reconocido como una fuerza a todo lo largo de Arabia y muchos corazones de piedra, endurecidos, se inclinaron a abrazar el Islam.
[1] Estaba a punto de ser el rey de Medina cuando empezó la Hégira. Viendo que mucha gente había aceptado al Profeta como el nuevo líder de Medina, finalmente se convirtió al Islam. Sin embargo, la pérdida de su reino hizo que creciera en él sentimientos de rencor y de venganza y provocó que se convirtiera en el líder de los Hipócritas, siendo una espina clavada en la comunidad musulmana.
[2] Y cuando Allah os prometió que uno de los dos grupos sería vuestro y pretendíais que fuera el que no tenía armas; pero Allah quería hacer prevalecer la verdad con sus palabras y aniquilar a los renegados. Para hacer prevalecer la verdad y suprimir la falsedad, aunque les disguste a los malhechores (8:7-8).
[3] Ibn Sad, 3:162.
[4] Muslim, “Kitab al-Yihad wa al-Siyar” 30; Waqdi, Maghazi, 1:48-49.
[5] Tabari, Tariqh al-Umam wa al-Muluk, 2:430.
[6] Ibn Hanbal, 1:411, 418.
[7] Ibn sad, 3:120.
[8] Ibn Hanbal, 1:159.
[9] Ibn Hisham, 2:127.
[10] Ibid, 1:621.
[11] Ibid, 1:668; Ibn Hanbal, 1:368.
[12] Ibn Hisham, 2:277.
[13] Ibn Hisham, 2:280-7; Ibn Kazir, 3:350.
[14] Abu Dawud, 2:53; Muslim, 5:170.
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