El resultado del encuentro de los musulmanes con los bizantinos en Muta impactó a Arabia y a todo el Oriente Medio, ya que los bizantinos no habían vencido, aunque superaron en una proporción de treinta y tres a uno a los musulmanes. Finalmente, miles de personas de las tribus semi autónomas árabes que vivían en Siria y en los territorios colindantes se convirtieron al Islam. Para vengarse de Muta y evitar el avance del Islam, Heraclio (el emperador bizantino) ordenó realizar preparativos militares para invadir Arabia.
El Mensajero, siempre consciente de los desarrollos que tenían que ver con su misión, rápidamente decidió desafiar a los bizantinos en el campo de batalla. Cualquier demostración de debilidad por parte de los musulmanes podría haber reanimado las fuerzas agonizantes del politeísmo y la hostilidad árabe, que habían recibido un golpe aplastante en Hunayn. Tal manifestación de flaqueza también podría animar a los Hipócritas de Medina y causar un daño enorme al Islam desde sus interior. Ellos ya estaban en contacto con el príncipe cristiano Ghassanid y con el Emperador bizantino, y habían construido una mezquita a la que el Corán llama la Mezquita de Dirar (Disensión) (9:107), cerca de Medina para servir como su base operativa.
Consciente de la gravedad de la situación, el Mensajero públicamente apeló a los musulmanes a prepararse para la guerra y, contra su práctica habitual, declaró que los bizantinos eran su objetivo militar.
Era pleno verano. El tórrido calor que abrasaba la piel estaba en su máximo apogeo, la temporada de la cosecha acababa de llegar, y había escasez de recursos materiales. Además, el enemigo era una de las dos superpotencias regionales de ese momento, aunque los Compañeros respondieron ardientemente a su llamada y comenzaron sus preparativos de guerra, todos contribuyendo con mucho más de lo que sus medios económicos podían garantizar. Las enormes cantidades de dinero fueron donadas por los Compañeros ricos, tales como Osman y Abd al-Rahman ibn al-Awf.[1] Aquellos que no pudieron ser incluidos en el ejército Musulmán, debido a la escasez de animales a los que montar y otras provisiones necesarias, lloraron tan amargamente y lamentaron su exclusión tan patéticamente que el Mensajero se conmovió. Allah los elogia en el Corán (9:92). La ocasión, de hecho, sirvió como piedra de toque para diferenciar a los sinceros de los falsos, a los creyentes de los Hipócritas.
En 631, el Mensajero y treinta mil soldados dejaron Medina y marcharon sobre Tabuk, bastante cerca de lo que era entonces territorio bizantino en Siria. El emperador bizantino, que había comenzado a reunir un enorme ejército, abandonó dicho proyecto e hizo que su ejército se retirara, ya que el Mensajero había llegado antes de lo esperado y mucho antes de que las concentraciones de tropas bizantinas se completaran.[2]
El Mensajero permaneció en Tabuk durante veinte días, y obligó a varios estados vasallos, bajo la hegemonía bizantina, a pagar la contribución urbana –yizya– y vivir bajo su dominio. Muchas tribus cristianas abrazaron el Islam por voluntad propia.[3] Esta victoria incruenta permitió a los musulmanes consolidar su posición antes de lanzar un conflicto prolongado contra los bizantinos, y rompió el poder tanto de los incrédulos como de los Hipócritas en Arabia.
El Mensajero, siempre consciente de los desarrollos que tenían que ver con su misión, rápidamente decidió desafiar a los bizantinos en el campo de batalla. Cualquier demostración de debilidad por parte de los musulmanes podría haber reanimado las fuerzas agonizantes del politeísmo y la hostilidad árabe, que habían recibido un golpe aplastante en Hunayn. Tal manifestación de flaqueza también podría animar a los Hipócritas de Medina y causar un daño enorme al Islam desde sus interior. Ellos ya estaban en contacto con el príncipe cristiano Ghassanid y con el Emperador bizantino, y habían construido una mezquita a la que el Corán llama la Mezquita de Dirar (Disensión) (9:107), cerca de Medina para servir como su base operativa.
Consciente de la gravedad de la situación, el Mensajero públicamente apeló a los musulmanes a prepararse para la guerra y, contra su práctica habitual, declaró que los bizantinos eran su objetivo militar.
Era pleno verano. El tórrido calor que abrasaba la piel estaba en su máximo apogeo, la temporada de la cosecha acababa de llegar, y había escasez de recursos materiales. Además, el enemigo era una de las dos superpotencias regionales de ese momento, aunque los Compañeros respondieron ardientemente a su llamada y comenzaron sus preparativos de guerra, todos contribuyendo con mucho más de lo que sus medios económicos podían garantizar. Las enormes cantidades de dinero fueron donadas por los Compañeros ricos, tales como Osman y Abd al-Rahman ibn al-Awf.[1] Aquellos que no pudieron ser incluidos en el ejército Musulmán, debido a la escasez de animales a los que montar y otras provisiones necesarias, lloraron tan amargamente y lamentaron su exclusión tan patéticamente que el Mensajero se conmovió. Allah los elogia en el Corán (9:92). La ocasión, de hecho, sirvió como piedra de toque para diferenciar a los sinceros de los falsos, a los creyentes de los Hipócritas.
En 631, el Mensajero y treinta mil soldados dejaron Medina y marcharon sobre Tabuk, bastante cerca de lo que era entonces territorio bizantino en Siria. El emperador bizantino, que había comenzado a reunir un enorme ejército, abandonó dicho proyecto e hizo que su ejército se retirara, ya que el Mensajero había llegado antes de lo esperado y mucho antes de que las concentraciones de tropas bizantinas se completaran.[2]
El Mensajero permaneció en Tabuk durante veinte días, y obligó a varios estados vasallos, bajo la hegemonía bizantina, a pagar la contribución urbana –yizya– y vivir bajo su dominio. Muchas tribus cristianas abrazaron el Islam por voluntad propia.[3] Esta victoria incruenta permitió a los musulmanes consolidar su posición antes de lanzar un conflicto prolongado contra los bizantinos, y rompió el poder tanto de los incrédulos como de los Hipócritas en Arabia.
[1] Bujari, “Tafsir” 18; Ibn Hisham, 4:161; Tabari, Tarij, 3:143; “Tafsir” 10:161.
[2] Ibn Sad, 2:165-68; Tabari, Tariqh, 3:100-11.
[3] Ibn Kazir, Al-Bidaya, 5:13.
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